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.Vi que algunos sirvientes se aventuraban a entrar en lo que quedaba de la iglesia: supuseque intentaban penetrar en la cripta del tesoro para alzarse con alg�n objeto preciosoantes de escapar.Ignoro si lo lograron, si la cripta no se hab�a hundido, si los pillos nose hundieron en las entra�as de la tierra al tratar de llegar hasta ella.Mientras tanto acud�an hombres de la aldea, que hab�an subido para prestar ayuda, obien para tratar de recoger tambi�n ellos alg�n bot�n.La mayor parte de los muertosquedaron entre las ruinas a�n candentes.Al tercer d�a, curados los heridos, enterradoslos cad�veres que hab�an quedado fuera de los edificios, los monjes y el resto de lospobladores de la abad�a recogieron sus pertenencias y abandonaron la meseta, que a�nhumeaba, como un lugar maldito.No s� hacia dónde se dispersaron.Guillermo y yo nos alejamos de aquel paraje en dos cabalgaduras que encontramosperdidas por el bosque, y a las que a aquellas alturas consideramos res nullius.Nosdirigimos hacia oriente.Al entrar de nuevo en Bobbio, tuvimos malas noticias sobre elemperador.Una vez en Roma, donde el pueblo lo hab�a coronado, y excluido yacualquier acuerdo con Juan, hab�a elegido un antipapa, Nicol�s V.Marsilio era ahoravicario espiritual de Roma, pero por su culpa, o por su debilidad, suced�an en aquellaciudad cosas bastante tristes de contar.Se torturaba a sacerdotes fieles al papa que no366 Umberto Eco El Nombre de la Rosaquer�an decir misa, un prior de los agustinos hab�a sido arrojado al foso de los leones enel Capitolio.Marsilio y Jean de Jandun hab�an declarado hereje a Juan, y Ludovico lohab�a hecho condenar a muerte.Pero el emperador gobernaba mal, se estaba granjeandola hostilidad de los se�ores locales, sustra�a dinero del erario p�blico.A medida queescuch�bamos estas noticias, retras�bamos nuestro descenso hacia Roma, y comprend�que Guillermo no quer�a presenciar unos acontecimientos que echaban por tierra susesperanzas.Cuando llegamos a Pomposa, nos enteramos de que Roma se hab�a rebelado contraLudovico, quien hab�a vuelto a subir hacia Pisa, mientras que la legación de Juan hab�ahecho su entrada triunfal en Avi�ón.A todo esto Michele da Cesena hab�a comprendido que su presencia en aquella ciudadera infructuosa, y tem�a incluso por su vida.De modo que hab�a huido para ir a reunirsecon Ludovico en Pisa.Pero el emperador no contaba ya con el apoyo de Castruccio,se�or de Luca y Pistoia, que hab�a muerto.En pocas palabras: adelant�ndonos a los acontecimientos, y sabiendo que el B�varo sedirigir�a hacia Munich, invertimos nuestro camino y decidimos llegar antes que �l.Entreotras cosas, tambi�n porque Guillermo se daba cuenta de que Italia estaba dejando deser un pais seguro.Durante los meses y los a�os que siguieron, Ludovico vio deshacersela alianza de los se�ores gibelinos, y al a�o siguiente el antipapa Nicol�s se rendir�a aJuan present�ndose ante �l con una soga al cuello.Cuando llegamos a Munich, tuve que separarme, no sin derramar abundantes l�grimas,de mi buen maestro.Su suerte era incierta, y mis padres prefirieron que regresara aMelk.Como por un acuerdo t�cito, desde la tr�gica noche en que, ante las ruinas de laabad�a, Guillermo me hab�a revelado su desaliento, no hab�amos vuelto a mencionaraquellos sucesos.Y tampoco aludimos a ellos durante nuestra dolorosa despedida.Mi maestro me dio muchos consejos buenos para mis futuros estudios, y me regaló laslentes que le hab�a fabricado Nicola, puesto que ya hab�a recuperado las suyas.A�n erajoven, me dijo, pero llegar�a el d�a en que me ser�an �tiles (y de hecho las tengo sobremi nariz mientras escribo estas l�neas).Despu�s me estrechó entre sus brazos, con laternura de un padre, y me dijo adiós.No volv� a verlo.Mucho m�s tarde supe que hab�a muerto durante la gran peste que seabatió sobre Europa hacia mediados de este siglo.Ruego siempre que Dios hayaacogido su alma y le haya perdonado los muchos actos de orgullo que su soberbiaintelectual le hizo cometer.A�os despu�s, hombre ya bastante maduro, tuve ocasión de realizar un viaje a Italia pororden de mi abad.No pude resistir la tentación y, al regresar, di un gran rodeo paravolver a visitar lo que hab�a quedado de la abad�a.Las dos aldeas que hab�a en las laderas de la monta�a se hab�an despoblado; las tierrasde los alrededores estaban sin cultivar.Sub� hasta la meseta y un espect�culo de muertey desolación se abrió ante mis ojos humedecidos por las l�grimas.367 Umberto Eco El Nombre de la RosaDe las grandes y magn�ficas construcciones que adornaban aquel sitio, sólo hab�anquedado ruinas dispersas, como anta�o sucediera con los monumentos de los antiguospaganos en la ciudad de Roma.La hiedra hab�a cubierto los jirones de paredes, lascolumnas, los raros arquitrabes que no se hab�an derrumbado.El terreno estabatotalmente invadido por las plantas salvajes y ni siquiera se adivinaba dónde hab�anestado el huerto y el jard�n.Sólo el sitio del cementerio era reconocible, por algunastumbas que a�n afloraban del suelo.Unico signo de vida, grandes aves de presaatrapaban las lagartijas y serpientes que, como basiliscos, se escond�an entre las piedraso se deslizaban por las paredes.Del portal de la- iglesia hab�an quedado unos pocosvestigios ro�dos por el moho.Del t�mpano sólo sobreviv�a una mitad, y divis� a�n,dilatado por la intemperie y l�nguido por la veladura sucia de los l�quenes, el ojoizquierdo del Cristo en el trono, y una parte del rostro del león.Salvo por la pared oriental, derrumbada, el Edificio parec�a mantenerse en pie y desafiarel paso del tiempo.Los dos torreones externos, que daban al precipicio, parec�an casiintactos, pero por todas partes las ventanas eran órbitas vac�as cuyas l�grimas viscosaseran p�tridas plantas trepadoras.En el interior, la obra del arte, destruida, se confund�acon la de la naturaleza, directamente a la vista desde la cocina, a trav�s del cuerpolacerado de los pisos superiores y del techo, desplomados como �ngeles ca�dos.Despu�s de tantas d�cadas, todo lo que no estaba verde de musgo segu�a negro por elhumo del incendio.Hurgando entre los escombros, encontr� aqu� y all� jirones de pergamino, ca�dos delscriptorium y la biblioteca, que hab�an sobrevivido como tesoros sepultados en la tierra.Y empec� a recogerlos, como si tuviese que reconstruir los folios de un libro.Despu�sdescubr� que en uno de los torreones todav�a quedaba una escalera de caracol,tambaleante y casi intacta, que conduc�a al scriptorium, y desde all�, trepando por unamonta�a de escombros, pod�a llegarse a la altura de la biblioteca.aunque �sta era sólouna especie de galer�a pegada a las paredes externas, que por todas partes desembocabaen el vac�o.Junto a un trozo de pared encontr� un armario, por milagro a�n en pie, y que, no s�cómo, hab�a sobrevivido al fuego para pudrirse luego por la acción del agua y losinsectos.En el interior, quedaban todav�a algunos folios.Encontr� otros jironeshurgando entre las ruinas de abajo.Pobre cosecha fue la m�a, pero pas� todo un d�arecogi�ndola, como si en - quellos disiecta membra de la biblioteca me estuvieseesperando alg�n mensaje.Algunos jirones de pergamino estaban descoloridos, otrosdejaban adivinar la sombra de una imagen, y cada tanto el fantasma de una o variaspalabras.A veces encontr� folios donde pod�an leerse oraciones enteras; con mayorfrecuencia encuadernaciones a�n intactas, protegidas por lo que hab�an sido tachones demetal [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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