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.Ambos eran tan dóciles y serviciales que �rsula se hizo cargo de ellos para que laayudaran en los oficios dom�sticos.Fue as� como Arcadio y Amaranta hablaron la lengua guajiraantes que el castellano, y aprendieron a tomar caldo de lagartijas y a comer huevos de ara�as sinque �rsula se diera cuenta, porque andaba demasiado ocupada en un prometedor negocio deanimalitos de caramelo.Macondo estaba transformado.Las gentes que llegaron con �rsuladivulgaron la buena calidad de su suelo y su posición privilegiada con respecto a la ci�naga, demodo que la escueta aldea de otro tiempo se convirtió muy pronto en un pueblo activo, contiendas y talleres de artesan�a, y una ruta de comercio permanente por donde llegaran losprimeros �rabes de pantuflas y argollas en las orejas, cambiando collares de vidrio porguacamayas.Jos� Arcadio Buend�a no tuvo un instante de reposo.Fascinado por una realidadinmediata que entonces le resultó m�s fant�stica que el vasto universo de su imaginación, perdiótodo inter�s por el laboratorio de alquimia, puso a descansar la materia extenuada por largosmeses de manipulación, y volvió a ser el hombre emprendedor de los primeros tiempos quedecid�a el trazado de las calles y la posición de las nuevas casas, de manera que nadie disfrutarade privilegios que no tuvieran todos.Adquirió tanta autoridad entre los reci�n llegados que no seecharon cimientos ni se pararon cercas sin consult�rselo, y se determinó que fuera �l quiendirigiera la repartición de la tierra.Cuando volvieron los gitanos saltimbanquis, ahora con su feriaambulante transformada en un gigantesco establecimiento de juegos de suerte y azar, fueronrecibidos con alborozo porque se pensó que Jos� Arcadio regresaba con ellos.Pero Jos� Arcadiono volvió, ni llevaron al hombre-v�bora que seg�n pensaba �rsula era el �nico que podr�a darlesrazón de su hijo, as� que no se les permitió a los gitanos instalarse en el pueblo ni volver a pisarloen el futuro, porque se los consideró como mensajeros de la concupiscencia y la perversión.Jos�Arcadio Buend�a, sin embargo, fue expl�cito en el sentido de que la antigua tribu de Melqu�ades,que tanto contribuyó al engrandecimiento de la aldea can su milenaria sabidur�a y sus fabulososinventos, encontrar�a siempre las puertas abiertas.Pero la tribu de Melqu�ades, seg�n contaronlos trotamundos, hab�a sido borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los limites delconocimiento humano.Emancipado al menos por el momento de las torturas de la fantas�a, Jos� Arcadio Buend�aimpuso en poco tiempo un estado de orden y trabajo, dentro del cual sólo se permitió unalicencia: la liberación de los p�jaros que desde la �poca de la fundación alegraban el tiempo consus flautas, y la instalación en su lugar de relojes musicales en todas las casas.Eran unospreciosos relojes de madera labrada que los �rabes cambiaban por guacamayas, y que Jos�Arcadio Buend�a sincronizó con tanta precisión, que cada media hora el pueblo se alegraba conlos acordes progresivos de una misma pieza, hasta alcanzar la culminación de un mediod�a exactoy un�nime con el valse completo.Fue tambi�n Jos� Arcadio Buend�a quien decidió por esos a�osque en las calles del pueblo se sembraran almendros en vez de acacias, y quien descubrió sinrevelarlos nunca las m�todos para hacerlos eternos.Muchos a�os despu�s, cuando Macondo fueun campamento de casas de madera y techos de cinc, todav�a perduraban en las calles m�santiguas los almendros rotos y polvorientas, aunque nadie sab�a entonces qui�n los hab�asembrado.Mientras su padre pon�a en arden el pueblo y su madre consolidaba el patrimoniodom�stico con su maravillosa industria de gallitos y peces azucarados que dos veces al d�a sal�an18 Cien a�os de soledadGabriel Garc�a M�rquezde la casa ensartadas en palos de balso, Aureliano viv�a horas interminables en el laboratorioabandonada, aprendiendo por pura investigación el arte de la plater�a.Se hab�a estirado tanto,que en poco tiempo dejó de servirle la ropa abandonada por su hermano y empezó a usar la desu padre, pero fue necesario que Visitación les cosiera alforzas a las camisas y sisas a laspantalones, porque Aureliano no hab�a sacada la corpulencia de las otras.La adolescencia lehab�a quitada la dulzura de la voz y la hab�a vuelta silencioso y definitivamente solitario, pero encambio le hab�a restituido la expresión intensa que tuvo en los ajos al nacer.Estaba tanconcentrado en sus experimentos de plater�a que apenas si abandonaba el laboratorio paracomer [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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